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La felicidad del Corredor (de Seguros que trata de ser profesional)

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10/02/2021

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galvanhernandez

La felicidad del corredor

Como todos los días de escuela, nunca mejor traído, espero a mis hijos en el garaje laboral para llevarlos a casa y comer todos juntos en familia, junto a su madre y mi esposa. En el trayecto, de no más de quince minutos, charlamos acerca del resultado de sus exámenes; compañeros de clase; y, en general, habitualmente, de todo lo relativos a sus labores y entretenimientos escolares.

Un día, a mitad de camino, recibo llamada de director de zona de una afamada compañía informándome de la resolución positiva para el cliente de un siniestro, sobre el que llevaba en mí numerosas horas; para la realización de e-mails argumentando la cobertura que había sido rechazada en tramitación; numerosas horas de falta de sueño pensando la repercusión sobre el patrimonio de mi cliente y, en este caso, amigo. Eso que decimos los que nos dedicamos al seguro que protegemos: el patrimonio. ¡Felicidad! Inmensa felicidad. El fin último para el que dedicamos todos nuestros esfuerzos todos aquellos que tratamos de ser profesionales se ve materializado: hemos salvado y protegido el patrimonio de nuestro cliente. Aprieto el botón sobre el volante del coche que conduzco, dando por terminada la llamada, y espontáneamente me salen gritos y gesticulaciones de alegría infinita.

De nuevo Felicidad: mis hijos, perplejos, no comprenden esa súbita explosión de júbilo, y vuelvo a revivir la sensación de la inmensa felicidad al explicarles lo que su padre ha conseguido, desde la ética, el esfuerzo y la persecución de la profesionalidad. La diferencia que acontece cuando un seguro está mediado por un Corredor que trabaja para prestar servicio y defender los intereses y derechos de su cliente, a que esté mediado por otro canal cuyo principal objetivo es el comercial, en definitiva, la distribución, en palabras llanas: la venta.

Curiosamente, ese mismo día había recibido la comunicación de anulación de una póliza de pyme, de sustanciosa cuantía, por lo tanto, de abultada comisión. De ese tipo de operaciones que a todos los Corredores de Seguros nos gusta realizar o tener en nuestra cartera. Si bien, aunque el motivo no viene al caso, fundamentado en un enfado con la compañía aseguradora, mi conciencia al respecto se mantuvo y permaneció tranquila al respecto.

Puesto en balanza al final de la jornada, de lo que vivimos: las comisiones en forma de dinero que percibimos de las aseguradoras por la venta y mantenimiento de la póliza; y, de lo que a mi juicio debería ser el fin último de nuestro trabajo: el servicio y defensa integra y legal de nuestros clientes, el resultado fue muy positivo.

Haciendo memoria que, entiendo por cosas de la edad, cada vez es más débil, no recuerdo haber celebrado con entusiasmo y satisfacción la contratación de póliza alguna, por muy pingues que fueran los réditos que fuera a proporcionar a la Correduría de Seguros que represento.

Tengo la suerte de haber nacido y crecido al amparo de un padre que tuvo y tiene principios firmes y sólidos respecto de la idea fundamental sobre la función del Corredor de Seguros. Así me educó y me eduqué. Pienso, pero sobre todo recibo retorno sobre mi conciencia, que tener como finalidad laboral el servicio y el compromiso para y con el cliente es un factor de éxito, más si lo consolidas entendiendo que el dinero es la simple y lógica consecuencia de esto.

Pienso que el que cría un caballo, lo hace con todo el amor y pasión, y cuando éste obtiene una victoria, premio o cualquier tipo de consecución, su criador se hinche de satisfacción por la dedicación, cariño, sacrificio y esfuerzo que se ve reflejada en la bondad de su ejemplar, más que en los rendimientos económicos que va a obtener por ello. Igual que el fabricante de vehículos que obtiene un campeonato de cualquier competición, o cualquier otro ejemplo valdría para escenificar el valor de lo realmente importante en el sentido estrictamente laboral y entendiendo la remuneración como consecuencia lógica del trabajo bien hecho.

¡Qué felicidad hacer bien las cosas!

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